martes, 19 de octubre de 2010

La muerte miserable de centenares de mujeres vs. pintadas en la vía pública

Opinión Gustavo Lambruschini sobre el encuentro de mujeres‏

Hasta la media tarde del domingo en Paraná, al parecer, todo estaba bien…, todo era normal… Todavía no habían irrumpido los vándalos…, es decir, los bárbaros… Esto significa que se encontraban omnipresentes los signos, los íconos y los símbolos de la barbarie existente, de la barbarie naturalizada, de la barbarie admitida, de la barbarie del status quo.

Omnipresentes estaban las mercancías y la publicidad y las propagandas de las mercancías de este mundo, en el que todo es mercancía; y, sin embargo, nadie se escandalizaba… Estaban los signos y los símbolos del Estado, es decir, de esa institución que es esencial y estructuralmente terrorista; y nadie se escandalizaba… Estaban también omnipresentes los signos y los símbolos del oscurantismo y de la violencia material y simbólica de la Religión (incluso en las instituciones presuntamente laicas); y nadie se escandalizaba.

Todo estaba bien y tranquilo: los bancos (los templos del dinero), los comercios (donde todo se comercia), la comida chatarra de los yanquis, el american english, la iconografía del Estado y los alienantes símbolos religiosos metidos en las instituciones públicas, las escuelas laicas, los juzgados y las dependencias laicas y públicas en general.

Todo estaba bien, porque dominaban los signos, los íconos y los símbolos de los de arriba. Es decir: la ignorancia y la inmoralidad -las naturalizadas, las consagradas, las santificadas- reinaban, porque siempre reinaron, porque siempre ha sido así, de modo que debe seguir siendo así…

Pero irrumpieron las bárbaras…, las vándalas…, las de abajo… Por un momento completamente efímero (así es plausible profetizarlo), protestando inscribieron sus signos, sus símbolos y sus íconos en las calles, en los edificios públicos, en las paredes que ellos creen que son de ellos… Para los amantes del status quo y del orden establecido, esos que son garantizados por la violencia del Estado y sacralizados por la santa Religión y, en fin, vueltos hegemónicos por la propaganda mercantil del capitalismo, esto constituye un escándalo, algo reprochable: vandalismo… Las leyendas decían cosas abominables:

"mi cuerpo es mío"

"nosotras parimos, nosotras decidimos"

"saquen sus rosarios de nuestros ovarios"

"Iglesia, basura, vos sos la Dictadura"

"Soberanía popular y de nuestros cuerpos".

En una palabra: denunciaban a la Santísima Trinidad: a la Religión, al Estado y al Capitalismo… Para mayor horror, la denuncia la realizaban mujeres…, mujeres que se niegan a ser madre-esposas, a ser tuteladas por los varones, por el clero, por los jueces, por el Estado, porque reivindican para sí la dignidad moral y la autonomía en tanto seres humanos (los reaccionarios quieren a las mujeres en sus hogares y en la iglesia, dedicadas a sus labores, no que se reúnan autónomamente y, menos aún, que luchen por sus derechos negados).

Obviamente, estas pintadas resultan escandalosas, para aquellos a quienes los amuletos y los talismanes de los rosarios, las cruces, las banderas, los escudos, el football, la televisión y el mundo despótico de la mercancía les parecen lo verdadero, lo bueno, lo justo y aun lo bello y lo sublime.

No deben temer, todo pronto volverá a la normalidad. En pocos días las paredes volverán a pintarse y a limpiarse, de modo que las cruces, las imágenes de María -virgen, reina y madre-, la propaganda del capitalismo y los íconos estatales, volverán a brillar con todo su genuino esplendor, ese que fue momentáneamente mancillado; todo esto pronto será olvidado como una pesadilla nocturna.

Los bien pensantes, los políticamente correctos, consideran vandálico y hasta delictivo la protesta social de los de abajo y pintar paredes. En cambio callan de manera cómplice sobre las miles de mujeres que abortan clandestinamente, sobre las cientos de mujeres pobres que mueren y las otras tantas que quedan mutiladas o enfermas. Se agravian contra las pintadas que los denuncian, pero callaron y callan sobre los carteles que pretenden perpetuarlos como los que se pegaron y los que aun se encuentran pegados. También callan sobre la publicidad y la propaganda de las mercancías y de los partidos políticos que desde luego sí tienen derecho a ocupar la vía pública.

Sin embargo, es tarea de la Semiótica Crítica, una rama de la Filosofía entendida como Epistemología, es decir, como Crítica de la Ideología, volver reflexivos los símbolos, los íconos y los signos dominantes. La Hermenéutica no debe ser sólo el pleonasmo de la experiencia del mundo simbólico hegemónico, sino que también la Hermenéutica debe ser una Hermenéutica crítica.

G. L

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