La reflexión antropológica de los últimos años ha mostrado que masculino-femenino no son entidades autónomas, sino principios o fuentes de energía que continuamente construyen lo humano como hombre y mujer. Estos son el resultado de la acción de esos principios anteriores y subyacentes que se realizan en uno y otra en densidades diferentes.
Lo femenino en el hombre y en la mujer es ese momento de integralidad, de profundidad abisal, de capacidad de pensar con el propio cuerpo, de descifrar mensajes escondidos bajos señales y símbolos, de interioridad, de sentimiento de pertenencia a un todo mayor, de cooperación, de compasión, de receptividad, de poder generador y nutridor y de espiritualidad.
Lo masculino en la mujer y en el hombre expresa el otro polo del ser humano, polo de razón, de objetividad, de ordenación, de poder, hasta de agresividad y de materialidad. Pertenece a lo masculino en la mujer y en el hombre el movimiento para la transformación, para el trabajo, para el uso de la fuerza, para la claridad que distingue, separa y ordena. Pertenece a lo femenino en el hombre y en la mujer, la capacidad de reposo, de cuidado, de conservación, de amor incondicional, de percibir el otro lado de las cosas, de cultivar el espacio del misterio que desafía siempre a la curiosidad y al deseo de conocer.
Obsérvese: no estoy diciendo que el hombre realiza todo lo que comporta lo masculino y la mujer todo lo que expresa lo femenino. Se trata aquí de principios presentes en uno y otra, estructuradores de la identidad personal del hombre y de la mujer.
El drama de la cultura patriarcal sigue siendo el hecho de haber usurpado el principio masculino solamente para el hombre haciendo que él se juzgue el único poseedor de racionalidad, de mando, de construcción de la sociedad, y relegando a la privacidad y las tareas de dependencia a la mujer, considerada frecuentemente un apéndice, objeto de adorno y de satisfacción. Al no integrar lo femenino en sí, se volvió rígido y se deshumanizó. Por otra parte, impidiendo que la mujer realizase lo masculino en ella, la fragilizó e hizo surgir en ella un sentimiento de falta de plenitud. Ambos se empobrecieron y mutilaron la construcción de la figura del ser humano uno y diverso, recíproco e igualitario.
La superación de este obstáculo cultural es la primera condición para una relación de género más integradora y justa con cada una de las partes.
El movimiento feminista mundial puso en jaque el proyecto del patriarcado que ha dominado durante siglos y deconstruyó las relaciones de género organizadas bajo el signo de la opresión y de la dependencia. Inauguró relaciones más simétricas y cooperativas. Tales avances dejan entrever los albores de un giro del eje cultural de la humanidad. Por todas partes se esboza un nuevo tipo de manifestación de lo femenino y de lo masculino en términos asociativos, de colaboración y de solidaridad en las cuales hombres y mujeres se acogen con sus diferencias en el horizonte de una profunda igualdad personal, de origen y de destino, de tarea y de compromiso en la construcción de más benevolencia con la vida y la Tierra y de formas sociales más participativas y solidarias.
Pero en el momento actual vivimos una situación singular de la humanidad. Como especie estamos en un nuevo umbral. El calentamiento global, el agotamiento de los bienes y servicios naturales, la escasez de agua potable y el estrés del sistema-vida y del sistema-Tierra nos ponen ante este dilema: o nos parimos como otra especie humana, con otra conciencia y responsabilidad o iremos al encuentro de la oscuridad. Brasil, dada su situación ecogeográfica privilegiada, debe asumir un lugar central en la construcción del nuevo equilibrio de la Tierra o corremos el riesgo de un camino sin retorno.
En este momento se exigen como nunca antes en la historia la vivencia de los valores de lo femenino, del ánima, como los describimos arriba: dar centralidad a la vida, al cuidado, a la cooperación, a la compasión y a los valores humanos universales.
Dilma Rousseff, como mujer: despierta a tu misión histórica única. Tu candidatura es providencial para Brasil y para el equilibrio de la Madre Tierra. Que los electores, hombres y mujeres, al elegirte Presidenta, se conviertan en artífices de un proceso de regeneración y de un destino bueno para todos.
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