La propuesta para establecer un impuesto del 15% sobre la remesa de utilidades o dividendos de las empresas de zona franca, desató una interesantísima reacción en algunos poderosos sectores de la sociedad costarricense.
Han puesto una pasión desbordada queriendo demostrar esencialmente dos cosas: a) que las zonas francas son altamente beneficiosas (para lo cual, como bien se sabe, se recurrió, incluso, a una acomodaticia manipulación de los datos); b) que el establecimiento de ese impuesto produciría la desbandada de estas empresas. Discutí parcialmente el primero de estos puntos en un artículo anterior. Acerca del segundo es fácil demostrar que es una simplificación excesiva. En realidad las motivaciones que determinan la llegada de inversión extranjera a un país son diversas y complejas.
En todo caso, hay dos detalles que resultan quizá más importantes.
Los analizaré brevemente.
(Ilustración: Enric Jardí / Público) |
Cuando uno hace un examen de conjunto de la argumentación de PROCOMER, encuentra que este descansa sobre un supuesto de base indispensable: que todas las ventajas y beneficios atribuidos a zonas francas (según una cuantificación harto dudosa) no habrían sido alcanzados de ninguna otra forma. Es, en breve, un argumento de la alternativa única, tan añejo, antidemocrático y desprestigiado como la propia ideología neoliberal que lo inspira.
En realidad, se podrían aducir razones de peso para considerar que la enorme cuantía de recursos que Costa Rica ha destinado a fomentar el crecimiento de las zonas francas, habrían sido susceptibles de usos alternativos mucho más provechosos. En particular, el país podría haber alcanzado beneficios sustancialmente mayores si esos recursos hubiesen sido destinados a fomentar un desarrollo tecnológico de base nacional, vinculado a la disponibilidad de recursos del país, que permitiera aumentar el contenido de conocimiento y el valor agregado en la producción, dentro de un proceso general de fortalecimiento de las empresas nacionales micros, pequeñas y medianas, así como las de la economía social. Con seguridad ello habría generado empleos y encadenamientos productivos mucho mayores que los que, muy lenta y trabajosamente, han surgido de las zonas francas. Sobre todo, ello habría contribuido a generar una base tecnológica propia y una distribución del ingreso y la riqueza mucho más equitativa, concomitantes, además, a un perfil general del empleo, de mucha mejor calidad.
Todo lo contrario, la ideología de las zonas francas reniega de cualquier forma de desarrollo que no se dé en relación de subordinación respecto del capital transnacional. Y si bien todavía hace veinte años ello aparecía legitimado por una moda ideológica que por entonces era abrumadoramente hegemónica, seguir sosteniendo hoy día esas ideas resulta, a la luz de la pavorosa crisis económica mundial, un anacronismo realmente patético.
-2. La reincidencia enfermiza en una propuesta ideológica que la actual crisis económica mundial ha demostrado como absolutamente errónea y radicalmente fracasada.
Y, en efecto, eso es lo que nos ofrecen estas clases dirigentes, con lo cual se ratifica la preocupación que he expresado en otros escritos (por ejemplo: Costa Rica frente a la crisis económica mundia. Vamos mal) acerca de su (in) capacidad para reorientar inteligentemente el desarrollo del país, a fin de aminorar el sufrimiento que trae consigo la crisis.
Quieren pintar un cuadro de terror, según el cual un impuesto a las zonas francas pondría al país al borde del colapso. En abono de esa tesis, y aparte de hacer una alucinada hipérbole acerca de sus presuntos beneficios, se insiste que estas empresas se moverán, al aire de sus caprichos, a cualquier otro país donde no se les cargue gravamen alguno.
O sea: la dictadura del capital. Los estados y las democracias deben rendírseles y, sin siquiera chistar, complacer con puntillosa meticulosidad, cada una de sus exigencias.
El problema es que justo eso ha conducido a la crisis económica mundial. Se afirmó por años que los mercados desregulados resolverían todos los problemas. Y al decir mercados desregulados decimos flujos de capital financiero en tumultuosa deriva alrededor del planeta, como también empresas dotadas de absoluta libertad para invertir y desinvertir en un país u otro y destruir empleos al gusto de sus exigencias de rentabilidad.
Esto dio lugar a varios procesos paralelos e interconectados, al cual más destructivo y pernicioso. De un lado, el imperio de la especulación financiera que, en infernal seguidilla, ha conducido al mundo de una crisis financiera a otra…hasta la que viene siendo la madre de todas las crisis financieras, la cual, degradada en crisis recesiva, fiscal y del empleo, está causando brutal devastación y sufrimiento.
De otro lado, el ataque a los sistemas de seguridad social y los derechos laborales, concomitante a la ideología de “complazcamos todos los caprichos del capital” (lo que por estos días se nos recetan en Costa Rica con cansina obsesión). Ello ha provocado el ahondamiento de las desigualdades sociales y empujado, en contrapartida, hacia el endeudamiento privado, como vía alterna para las clases medias y populares que intentaban así sostener sus niveles de vida. Todo lo cual, sin embargo, chocó con techo y viene de vuelta como arrasadora bola de nieve: imposible seguir en la espiral del endeudamiento privado e imposible para el capitalismo prescindir del consumo de esas masas formadas por sectores medios y clases trabajadoras.
O las cosas cambian o las cosas cambian. No hay de otra, si bien los grupos dirigentes de Costa Rica no parecen entenderlo.
Y el cambio, por completo insoslayable, esencialmente va en un sentido: que la política recupere su lugar y, con ella, que la democracia prevalezca sobre los mercados y el capital. Pero esto también significa una democracia real, por lo tanto bajo efectivo control ciudadano, y una economía subordinada a criterios de calidad de vida y respeto a los equilibrios de la naturaleza, lo cual supone refundar la producción y el consumo sobre nuevas bases.
Este impuesto a las zonas francas es, a primera vista, una insignificancia, sobredimensionada por la histeria de clases dirigentes carentes de todo proyecto como no sea el de sumisión al capital transnacional. Y, sin embargo, podría implicar un primer paso en la reformulación en profundidad del modelo de desarrollo: hacia la reinstauración del imperio de la democracia sobre los caprichos del mercado.
Revista Amauta
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