martes, 4 de octubre de 2011

La última Confesión de Carlos Filizzola

 Luis Agüero Wagner

www.diariosigloxxi.com/firmas/luisaguerowagner
Reconocer que el luguismo estafó al bloque bolivariano no es la última confesión que adeudan los secuaces de Fernando Lugo
La reciente confesión del ministro del Interior del cura Fernando Lugo, Carlos Filizzola, de que sus fuerzas de seguridad para combatir a sus ex aliados políticos de la guerrilla marxista del EPP, serán equipadas por la embajada norteamericana de Asunción, es apenas una de las muchas confesiones que los personeros del régimen arzobispal tienen pendientes.

Ya previamente el cura Fernando Lugo había confesado, y nada menos que ante la CNN, que eran auténticos los cables donde se afirmaba que sus ministros visitaban cotidianamente la embajada norteamericana a solicitar equipos de espionaje telefónico para vigilar a sus adversarios. También había confesado que siendo ministro de la iglesia católica había tenido relaciones con jovencitas menores de edad.
Sin embargo, queda mucho aún que declamar ante los confesionarios por parte de sus indolentes seguidores.
Deberían confesar, entre otras cosas, que engañaron a toda la prensa militante de izquierdas del continente presentando al cura Fernando Lugo como un referente moral y honesto patriota, cuando apenas era un ex sacerdote expulsado por inconducta de su iglesia y con antecedentes de la deshonrosa pederastia que ha manchado al catolicismo en todo el orbe.
Deberían confesar que Lugo jamás fue referente de la teología de la Liberación, como pretendieron hacer creer en su bochornoso montaje, pues hubiera sido raro el caso de un obediente cura que con tales ideas llegara a Obispo. Hoy ni siquiera Leonardo Boff, a quien contrataron para la farsa, quiere hacerse caso de ese embuste y rehuyó el pedido de explicaciones que le hizo en una brillante carta el jurisconsulto brasileño Tácito Loureiro.
Deberían confesar que mintieron cuando hablaron de reforma agraria, de reivindicar a los pueblos originarios, o de recuperar la soberanía energética. No repartieron una miserable hectárea a los hambrientos campesinos, no movieron un dedo por los indígenas y jamás renegociaron el tratado de Itaipú. Sí, es muy cierto, intentaron sobrefacturar tierras con la excusa agrarista, organizaron payasescas ceremonias pagando auspicio a “grandes indigenistas” como Leo Rubin, y batieron los récords de cortes de energía eléctrica en el Paraguay.

Deberían confesar también que no tuvieron jamás la intención de erradicar de las prácticas de la política paraguaya vicios como el clientelismo, el cuoteo o el prebendarismo. Más bien, se arrojaron sobre los cargos bien remunerados como una desesperada manada de puercos hambrientos.
Deberían confesar que reeditaron la democracia sin comunismo sin Stroessner, dado que pretendieron gobernar con permanentes estados de sitio, apresando campesinos, vejando a militantes de izquierda y torturando y ejecutando extrajudicialmente a sus propios “compañeros” de la izquierda marxista.
Deberían confesar que fracasaron en su intento de cambiar la imagen del Paraguay en el exterior “convirtiéndolo en un país serio”, dado que nunca se dibujaron tantas caricaturas de un presidente paraguayo, nunca se hicieron tantos chistes jocosos sobre un mandatario de este estado ni nunca el país fue motivo de tanta burla como bajo el actual reinado, el del falso teólogo de la liberación Fernando Lugo.
Y particularmente Carlos Filizzola, también debería confesar que fue aliado y operador en el Parlamento de Nicanor Duarte Frutos, además de que falsificó una sesión de honor en el Parlamento para lisonjear al gobierno anticomunista de Taiwán, a mediados de la década pasada. También debería confesar que pidió al ex presidente Nicanor Duarte Frutos favores para su novia, a la que incluso ubicó en el Banco Central del Paraguay.
Debería confesar, entre otras cosas, a quién ofrecía como prenda de amor la estatua de Stroessner que arrancó del cerro Lambaré.
Debería confesar las motivaciones que impulsaron el “Proyecto Inodoro”, de triste memoria en los anales de las reglamentaciones parlamentarias del continente, sólo para poder complacer al mandón de turno y no perder el quórum cuando visitaba el sanitario de la cámara.
Esa sería, tal vez, la última confesión que nos adeuda Carlos Filizzola.
LAW
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LAW, el Dreyfusard

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