Por Jorge Gómez Barata (periodista cubano)
A pesar del potencial de una entidad con más de 50 grandes centros, cientos de sedes, miles de profesores y más de medio millón de estudiantes; inmersa en los esfuerzos docentes y en su propia reorganización, retraída en la investigación y con una participación sesgada en los debates nacionales, regida por estructuras burocráticas (administrativas y académicas), la universidad cubana se integra con déficits a la realidad nacional; no parten de ella, en la medida de sus potencialidades y como a lo largo de siglos fue tradicional, las ideas renovadoras que contribuyan al sostén científico que demanda el progreso social.
Esta circunstancia se refleja en los Lineamientos aprobados por el VI Congreso del Partido cuyo texto no atribuye ningún protagonismo a la universidad, a pesar de ser la entidad que acumula la mayor calificación y cuenta con más profesionales dedicados a los estudios de: Economía, Derecho, Historia, Filosofía, Sociología y otras disciplinas sociales, y en cuyas aulas cientos de profesores explican Marxismo-Leninismo que incluso constituye una carrera. No me extrañaría que tomando nota de tal limitación, la próxima Conferencia del Partido subsane la carencia.
La intensidad y la variedad de las experiencias políticas por las que Cuba ha atravesado han condicionado la evolución de la enseñanza universitaria. Esas etapas son: la colonia (1728-1898), la ocupación militar norteamericana (1898-1901), el período republicano (1901-1959) y 52 años de socialismo en lo cual son visibles varios momentos.
En Cuba existe la enseñanza universitaria desde 1728 cuando frailes dominicos fundaron la Real y Pontificia Universidad de San Gerónimo (decima en el Nuevo Mundo) que, andando el tiempo sería la Universidad de La Habana. El perfil académico y el objetivo de aquella institución era coherente con el esquema colonial, y su función ideológica era reproducir el saber y los valores que sustentaban aquel estado de cosas.
Por una sorprendente paradoja, en aquella época los conocimientos más avanzados de la isla se refugiaron en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio, fundado en 1689, donde se formaban los sacerdotes católicos, y en cuyas aulas enseñaron y aprendieron personalidades tan avanzadas como el padre Félix Varela, José Agustín Caballero, José Antonio Saco, José de la Luz y Caballero y otros muchos precursores y forjadores de la intelectualidad académica cubana.
Ante las manifestaciones de patriotismo en la Universidad y consciente del papel de la inteligencia en los procesos sociales, al iniciarse las luchas por la independencia, la Corona Española reaccionó imponiendo limitaciones a los estudios universitarios. El bárbaro fusilamiento de ocho estudiantes de medicina en 1871 evidencia lo virulento de aquella reacción.
Naturalmente en 1898, al finalizar la dominación española, se inició la transformación de la universidad, y bajo la ocupación militar norteamericana, conducida por Enrique José Varona, se crearon facultades de base científica como las de Pedagogía, Veterinaria y algunas carreras de ingeniería, entre ellas la de Agronomía.
No obstante, el condicionamiento que representaron tanto el régimen colonial como la ocupación norteamericana, la emergente intelectualidad cubana, en calidad de rectores, profesores y estudiantes, crearon una universidad relativamente avanzada que se sumó al movimiento de Reforma Universitaria iniciado en 1918 en Córdoba, Argentina, y cuya vanguardia estudiantil liderada por Julio Antonio Mella, incorporó un perfil nacionalista y antiimperialista que en los años treinta se expresó en la lucha contra la dictadura de Gerardo Machado y la injerencia de Estados Unidos, que entonces asumió la forma de “mediación”.
Aquella universidad donde hubo más luces que sombras, se forjaron los más ilustres representantes de la intelectualidad cubana. Integrantes de las vanguardias políticas y las élites patrióticas de diferentes momentos del quehacer nacional, acogió en 1945 a Fidel Castro, que allí se hizo revolucionario y socialista.
En la actualidad, ante la universidad cubana se plantean problemas internos de capital importancia que no pueden ser resueltos con exhortaciones ni controles desde arriba; con la peculiaridad de que la universidad no puede existir sólo para sí. "A los tiempos nuevos —sentenció José Martí—, corresponde una universidad nueva".
Tal vez, además de una mentalidad real y esencialmente renovadora, capaz de romper con dogmas, esquemas, formalidades y mitos, se requieran cambios estructurales, redefinición de prioridades, racionalizar las dimensiones, perfeccionar las estructuras y los mecanismos de dirección, descentralizar la gestión concediendo mayor relevancia a los territorios y autonomía a los claustros, jerarquizando y categorizando los centros en función de datos reales y no de formalidades, concediendo prioridad a la investigación y la inserción en los procesos económicos y sociales, y convirtiendo los estudios de humanidades es un esfuerzo realmente creador y renovador del pensamiento económico y político.
A la Universidad cubana pueden podrán faltarle los recursos materiales y financieros para evolucionar, pero capital humano tiene suficiente. El tema es vasto y poco el espacio. Luego les cuento.
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