No basta con que el Premio Nobel de la Paz asesina a ciudadanos estadounidenses sin cargos, sin juicio previo; también se dedica a matar a sus hijos, de la misma forma cobarde y a sangre fría
La pasada semana, Abdulrahman al-Awlaki –un adolescente estadounidense- acabó despedazado en Yemen por un misil de un avión teledirigido estadounidense.
El muchacho, al igual que su padre, Anwar al-Awlaki, no estaba acusado de delito alguno y mucho menos condenado y sentenciado. Por tanto, ¿cuál era su crimen? Perdió a su padre –que había tenido que esconderse de la intención públicamente afirmada de asesinarle por parte del Premio Nobel- y se marchó a buscarle.
Su búsqueda le llevó a una de las zonas del Yemen donde hay grupos que se oponen al régimen asesino que controla ahora el país y masacra a sus propios ciudadanos a sangre fría… con armas estadounidenses, dólares estadounidenses y el pleno apoyo del Nobel de la Paz y de su administración tan amante de la paz y compuesta por pacíficos pacifistas.
La gente en esas regiones –no sólo en el Yemen sino por todo el mundo- está expuesta a una muerte instantánea y agónica de parte del valiente Nobel de la Paz, el de los audaces aviones robot, guiados por nobles guerreros recostados en cómodos sillones detrás de murallas y fortalezas a miles de kilómetros de distancia.
Y así fue que se apretó un botón y los teledirigidos del Premio Nobel convirtieron a Abdulrahman, de 16 años, y a su primo, de 17, en trozos humeantes de sangre coagulada. Los esbirros y sátrapas del Nobel difundieron después la historia de que el muchacho era ya un hombre de pelo en pecho, “sospechoso” de ser “militante”.
Fue, por supuesto, una consumada y deliberada mentira, pero funcionó.
La primera –y única- cosa que el público en general escuchó acerca de este asesinato fue que otro sucio terrorista de los del trapo en la cabeza había mordido el polvo, al fin y al cabo ¿qué más da?
La familia del muchacho tenía un punto de vista algo distinto:
"Matar a un adolescente es algo realmente increíble y afirmar encima que era un militante de al-Qaida es totalmente absurdo”, dijo Naser al-Awlaki, un antiguo ministro de agricultura del Yemen que era padre de Anwar al-Awlaki y abuelo del muchacho, hablando el pasado lunes en una entrevista telefónica desde Sanaa. “Tratan de justificar el crimen, eso es todo”.
El adolescente, Abdulrahman al-Awlaki, ciudadano estadounidense nacido en Denver en 1995, y su primo yemení de 17 años fueron asesinados en un ataque militar de EEUU que acabó con las vidas de nueve personas en el sureste de Yemen…
Naser al-Awlaki dijo que la familia había decidido publicar un comunicado después de ver que cómo en algunas informaciones aparecidas en EEUU describían a Abdulrahman como un militante de veintitantos años. La familia instó a los periodistas y a quien quisiera a visitar la página del memorial de Abdulrahman en Facebook.
“Miren sus fotos, sus amigos y sus aficiones”, decía el comunicado. “Su página en Facebook muestra a un muchacho típico. Un adolescente que pagó un precio muy alto por algo que nunca hizo y que nunca fue”. Las fotos en Facebook mostraban un muchacho sonriente de un lado para el otro en el campo y sobreactuando en ocasiones para la cámara. Abdulrahman dejó EEUU con su padre en 2002.
Naser al-Awlaki dijo que Abdulrahman estaba en el primer año de secundaria cuando dejó Sanaa para buscar a su padre. Le escribió una nota a su madre, diciendo que echaba mucho de menos a su padre y que intentaría encontrarle
El adolescente viajó hasta el hogar tribal de la familia en el sur del Yemen, a unos 140 kilómetros al este de la capital. “Se fue de aquí sin que yo lo supiera”, dijo Naser al-Awlaki. “No le hubiéramos dejado marcharse porque sabemos que es casi un niño”. Dijo que su nieto, al conocer la muerte de su padre, había decidido volver a Sanaa.
El muchacho estadounidense se marchó para buscar a su padre. Al saber que el Premio Nobel de la Paz le había asesinado, intentó volver con su familia. Pero se detuvo para comer con unos hombres, ¿amigos de su padre, quizá? ¿Quizá militantes? ¿Quizá nada de eso?
No podemos saberlo, porque el Nobel de la Paz y sus esbirros no se ponen a discutir con nadie sus arbitrarios asesinatos de personas sin que medie acusación ni juicio.
Por tanto, a Abdulrahman le hicieron volar en pedazos. El “soldado” que pulsó el botón o apretó la palanca de mando que disparó el misil se levantó de su confortable sillón y se metió en su confortable coche y condujo hasta su confortable hogar, donde, ¿quién lo sabe?, quizá disfrutó de una comida deliciosa con su mujer y sus niños, relajándose un poco después con los ejercicios de la Nintendo.
El pacífico Nobel de la Paz se fue luego de campaña electoral, en el intento de ampliar su misión de paz con otro mandato.
Y el régimen al que apoya en el Yemen con armas pacíficas y dinero pacífico y pacíficas perlas de sabiduría acerca de la paz, sigue adelante asesinando a sus propios ciudadanos.
Me parece a mí que el Nobel de la Paz, muy ridiculizado por algunos por su juvenil inexperiencia, por su escasa gravitas, está creciéndose cada día más en su papel imperial.
El asesinato abierto y descarado de un ciudadano imperial –seguido de la carnicería completamente gratuita perpetrada contra el hijo de la víctima- lleva el sello auténtico de la antigua Roma. Así es como hacían en los gloriosos días de los Cesares; así es como seguimos haciendo hoy. Todo lo viejo es nuevo otra vez. ¡Ave, pacifista!
-Chris Floyd es un premiado periodista estadounidense, autor del libro “Empire Burlesque: High Crimes and Low Comedy in the Bush Regime”. Durante más de once años estuvo escribiendo una columna política “Global Eye” para The Moscow Times y el St. Petersburg Times en Rusia. Ha trabajado también en Gran Bretaña para Truthout.org. Sus trabajos aparecen con regularidad en CounterPunch, The Baltimore Chronicle y Il Manifesto, así como The Nation, Christian Science Monitor, Columbia Journalism Review, The Ecologist y muchos otros.
Fuente:
http://www.chris-floyd.com/component/content/article/2176-family-values-the-roman-rigor-of-obamas-death-squad.html
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