jueves, 30 de junio de 2011

NOTICIAS POR LA TELEVISIÓN: Nada más real, nada más nocivo - Rafael BAYCE

Rafeal Boyce, Uruguay
El filósofo francés Jean Baudrillard afirmaba, hace ya 40 años, que estábamos en camino a vivir en un mundo en el que la realidad construida pasaría a ser más real que la real. Esta sensación hiperreal que generan los discursos informativos de los medios es aceptada por todas las ciencias sociales desde los primeros ensayos de Gustave LeBon, a comienzos del siglo pasado.

Lo que usted ve y oye en los noticiarios no es lo que pasó en el mundo ese día o esas horas, sino aquello que puede interesarle a la audiencia media de todo lo que pasó. Ya que es imposible dar todo lo que pasó, se elige aquello que más venderá de lo que pasó. Se selecciona con criterio comercial y de búsqueda de rating y publicidad, no en función de otros criterios de importancia de la noticia.
Los textos de Comunicación están repletos de listas de criterios de selección de los contenidos de las noticias, y no tienen nada que ver con importancia sino con espectacularidad, exotismo, puesta en movimiento de emociones primarias –miedo, incertidumbre, sorpresa, horror, ternura, sexo, sangre, compasión alegre por no estar en el desastre. Usted no ve cómo está el mundo sino lo que se cree que vende de lo que pasó, y no necesariamente lo más importante o propiamente informativo.
Tampoco esa selección de lo que pasó le llega a usted tal como pasó. La noticia es construida. Hay que elegir qué y cómo se va a emitir lo ya seleccionado.
De nuevo, los textos están repletos de criterios de elección de cómo se va dar lo seleccionado por su contenido semántico, en su elaboración formal o edición. Usted no recibe ni lo que pasó, ni de acuerdo a su importancia, ni tal como sucedió, sino que la versión y el formato le sirve a agencias noticiosas, empresas comerciales, agencias de publicidad y marketing y los intereses económico-financieros y político-ideológicos de quienes financian y recaudan a partir de lo emitido, presenciado y vendido.
Si usted quiere una prueba rápida de las dos primeras distorsiones de la realidad que encarna lo que usted ve como si fuera la que pasó y cómo pasó, haga lo siguiente: mire las tapas de periódicos locales, nacionales y, si puede, por internet, del mundo. Lo que ocurrió en el mundo ese día, obviamente, es lo mismo;;;; sin embargo, todos los transmisores de realidad dan noticias diversas, o con jerarquía distinta, o con palabras e ilustraciones distintas. El relato de lo que pasó puede variar en contenidos y formas, lo que provoca que usted no recibe todo lo que pasó, ni lo más importante, ni tal como pasó. Lo que se ve en los informativos es lo que se piensa que venderá más y que captará mejor su atención –lo que tenga color.
Lo que usted mira en los noticiarios, en definitiva, es lo que menos y peor representa la totalidad de lo que pasó, y sí representa lo más extraordinario que sucedió. De ese modo, usted ve los aviones que se caen, cuando casi ninguno se cae de las decenas de miles de vuelos que hay todos los días;;;; usted ve los poquísimos choques de tren que hay en el total. Y lo mismo sucede con naufragios, accidentes de tránsito, delitos. El estado de los tránsitos estaría muy mal descrito a partir de las accidentes, así como el estado fluvial del mundo estaría muy mal caracterizado desde los ríos que superan sus niveles e invaden terrenos linderos a sus márgenes. Lo que usted ve es, casi exactamente, lo más infrecuente, lo más improbable, lo que menos se esperaría que aconteciera.
Usted sintoniza un informativo para saber lo que pasó y ve lo que más se cree que puede vendérsele de lo que pasó del modo más llamativo posible. No importa entonces ni lo que pasó ni cómo pasó, sino cómo puede generar y mantener audiencia y cobertura publicitaria, o cómo fortalecerá los valores y los intereses económico-financieros y político-ideológicos de dueños y anunciantes. El mundo funciona básicamente al revés de lo que se noticia sobre él. Entonces, usted, amigo, no ve el mundo como está, ve todo lo contrario: ve lo más extraordinario, lo más sorprendente, lo más infrecuente, lo más improbable, lo más inesperado, lo que más se aparta de la mayoría de las cosas que sucedieron.
Usted no debería juzgar el funcionamiento del mundo a partir de lo que vio en los noticieros, porque usted vio lo que les interesa venderle a las empresas y no lo que pasó. Es cierto que muchas veces coinciden lo que usted quiere ver y la manera como se lo muestran con los intereses de los medios;;;; pero bien puede ser que le hayan moldeado sus intereses y su gusto de tanto acumular y repetir determinados hechos como los importantes y emitidos del modo que atraerán su atención, y no del modo como ocurrieron. ¿Usted estaría esperando la crónica roja si no lo hubieran acostumbrado a esa invasión de delitos diaria y con color? Esto tiene enormes consecuencias. Si usted se da cuenta de que puede perfectamente viajar en avión pese al accidentes aéreo que acaba de ver es porque usted sabe que, a pesar de ese accidente que vio con destaque, miles y miles de vuelos salen y llegan bien ese mismo día y todos los días. Y lo mismo con los otros desastres que inundan sus pantallas y su cotidiano. Usted, cuanto más sale a la calle o más viaja por el mundo, más se da cuenta de que el espectáculo que le montan para vender la publicidad –que por eso se la imponen a mayor volumen que el programa que está viendo–, más percibe que lo que sucede en los informativos no es lo que normalmente sucede, ni lo más probable, frecuente, descriptor de la normalidad, de cómo está el mundo, que ciertamente no está como en los informativos sino al revés. Pero, claro, nadie vería un informativo en el que la gente va a los almacenes con chismosas a comprar fideos, tomates y azúcar, ni calles en las que los vehículos no chocan, ni partidos en los que no hay goles, ni reuniones parlamentarias en las que no se peleen o digan cosas inesperadas .El funcionamiento normal del mundo no está en los informativos;;;; sí está el anormal, el patológico, el sorpresivo, el inesperado, el que sucede al contrario del acontecer real y normal.
Baudrillard ha explicado que el predominio de lo negativo sobre lo positivo dentro de lo extraordinario de los informativos se debe a que a la gente le da mucho confort y satisfacción ver las desgracias ajenas y poder compadecerse hipócritamente de quienes las padecen, mientras internamente celebra el hecho de no haberlas sufrido en carne propia o de gente próxima.
Buenas investigaciones han demostrado que la gente tiene más miedo a la calle cuando menos sale y más cree que se entera de lo que pasa en la calle por los medios.
MECANISMO NOCIVO
¿Por qué toda esta novelesca selección de irrealidad creída como real es nociva? ¿No es parte del opio que la gente quiere o necesita para descansar de la pesada rutina diaria? Quizás sí, en parte. Pero de tanto ver irrealidades que pasan por realidad, de ediciones que dramatizan lo que ya es en sí dramático, pasamos a creer que en el mundo suceden las cosas que vemos y del modo como las vemos. Y eso no es cierto, como hemos visto. Los informativos hacen nuestra agenda, conduciéndonos a pensar que eso que vimos es lo que pasó y del modo como pasó, y que eso es lo más importante.
Lo peor es cuando la acumulación y repetición de infrecuencias, de improbabilidades, lo llevan a usted a creer que es normal que suceda lo anormal que le están mostrando. Ahí estamos en la patologización de la normalidad por normalización de lo patológico, de lo infrecuente, de lo improbable, de lo inesperado. Es como si un médico proyectara a toda la población los síntomas que sienten sus clientes y recomendara la prohibición a todos de las comidas que les harían mal a aquéllos. Bueno, en realidad con ese falso fundamento se prohíben las ‘drogas’ para todos en función de aquellos pocos que se perjudican o perjudican a otros por su consumo. Eso le pasa a los que sienten y dicen ‘que ahora ya no se puede salir a la calle’, ignorando los millones de veces que billones de personas han salido, salen y saldrán a la calle. También se dice que ‘ya no se puede ir a las canchas de fútbol’, a pesar de los miles que han ido, van e irán sin que les pase nada.
Lo más grave es lo que pasa con la delincuencia y con los menores infractores: de tanto ver reiterada y dramatizadamente delitos, usted pasa a creer que son mucho más frecuentes de lo que son, porque no le muestran cuando y donde no pasa nada, que es en muchísimos más momentos y lugares que donde y cuando pasa algo malo. Le voy a dar un ejemplo de irrealidad que pasa a ser creída como realidad: la criminalidad de menores. Las cifras oficiales del Poder Judicial –las que valen, no las de la Policía– indican que entre 2005 y 2009 las sentencias penales sobre adultos fueron 95 de cada 100, por lo que las de menores alcanzan a 5 de cada 100. De los juicios iniciados a menores, sólo 5 llegan al estadio del sumario que puede originar un procesamiento y una condena. De 100 uruguayos reclusos, 97 son mayores y apenas 3 menores. Otro dato acaso sorprendente: las infracciones de menores no aumentaron entre 2005 y 2009, sino que bajaron casi 7%.
¿De dónde sacamos que los menores son responsables fundamentales de la delincuencia y de la inseguridad? Está clarísimo que son los mayores. ¿Sabe por qué, entre otras razones? Porque en el mismo período en que las infracciones no aumentan, ni su gravedad, ni su participación entre los condenados ni los reclusos, en ese mismo período, la prensa aumentó en 259%, sí, más que triplicó el espacio destinado a emitir información sobre delitos de jóvenes. Y con todo el ‘color’, la dramatización que sabemos. Por eso, los informativos son, no sólo irreales, sino muy nocivos.

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