lunes, 24 de octubre de 2011

Las ilusiones del pobre

"Es imposible imaginar a la humanidad sin la posibilidad de ilusionarse. Sería un conglomerado de extraterrestres" 
-Arnaldo Pérez Watt (Periodista)
En México, el gobierno del general Lázaro Cárdenas, de 1934 a 1940, fue muy permeable para los chistes y críticas políticas que proliferaron en teatros de revista. Los trabajadores buscaban en qué ocupar su tiempo libre y asistían al cine y a otras diversiones, como los deportes y la radio.

Pero los que estaban más abajo en la escala social no podían gozar de ese entretenimiento. Sólo podían acceder a las carpas que llegaban trayéndoles fantasías e ilusiones. La carpa se convirtió en un lugar de evasión, porque los personajes más conocidos eran el borracho, la prostituta o el pobre diablo que siempre terminaban engañando al ciudadano respetable. Era un desahogo para los marginados que, interviniendo también en los diálogos, podían manifestar su descontento
Así las cosas, en Santa María de la Ribera de esa ciudad capital había nacido, en 1911 ó 1913, Mario Moreno, luego Cantinflas, hijo de un cartero de numerosa familia. Desde los días escolares, hacía reír a sus compañeros imitando a célebres personajes. Formó luego la pareja Cantinflas y Salinsky. Era un mimo nervioso, tímido, con frases entrecortadas, de aspecto humilde. Pesaba 63 kilos y su cara no correspondía a la de un actor de cine. Su éxito posterior se debió a la identificación que el pueblo tuvo con él, porque supo captar la personalidad del pobre que, pese a la inmovilidad social que existía en México, se abrió paso metiéndose en lo que no le importa
Luego, en gran parte de Sudamérica, los cines, en lugar del título del filme, anunciaban simplemente: "Hoy, Cantinflas", y era suficiente. El aguardaba la muchedumbre. Porque encarnaba el personaje más simpático del pobre de México y también de toda la pobrería del mundo latino. A los ojos de los marginados, la batalla que Mario Moreno libraba contra la adversidad era la misma que millones de seres sostienen todos los días.

Y en el actual mundo convulsionado, esa rutina golpea al ser de escasos recursos y sigue excitando la imaginación con sus ilusiones. Las ondas hertzianas invaden cada vez de manera más rápida la intimidad con programas vacíos de contenidos. Pero, aunque la decadente trasmisión ofrezca por lo común lo ordinario, la carcajada estridente sirve de evasión, porque no es agradable que la memoria repita a cada rato que se puede llegar a ser pobre.
El primitivo, en los mitos, creía que sus héroes eran reales. Hoy, el público marginado sabe perfectamente que su personaje admirado es una ficción en la pantalla. Sin embargo, es imposible imaginar a la humanidad sin la posibilidad de ilusionarse, sin la identificación con otras personas. Sería un conglomerado de extraterrestres. Los ídolos existen porque el hombre necesita proyectarse.
En la inmensidad de los no lugares y en las reuniones multitudinarias, hay seres que se ignoran mutuamente. Allí, los excluidos que beben a diario el cáliz de la amargura llevan también consigo, como una defensa, el don de ilusionarse. El dicho popular afirma que las ilusiones son el pan cotidiano de los marginados. Santiago Rusiñol, más pesimista, compara la ilusión del pobre con pájaros de barro que, sintiendo ganas de volar, tienen un peso que se lo impide. Pero siempre existe la esperanza en el ídolo que ayuda a restaurar la justicia en el consciente colectivo.

En suma, si la delincuencia asola las ciudades y si el nivel de corrupción amenaza las instituciones, colocando al ciudadano común frente al fantasma de la desocupación y el hambre, allí estará la ilusión, como último recurso, para llevarnos hacia el sitio del héroe que nunca es seducido por la débil voluntad del fracaso.
Fuente: La Voz

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