lunes, 24 de mayo de 2010

De dolores y reivindicaciones - Gonzalo Abella

Pueblos originarios, otra deuda del Bicentenario

Ni la modificación de la Constitución de la república Argentina en 1994, que declaró que las comunidades indígenas son preexistentes al propio nacimiento del Estado nacional, ni la adhesión a tratados internacionales que les otorgan el tratamiento de "pueblos" (ley 24.071 – Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo), lograron zanjar la deuda que la sociedad tiene con los pueblos originarios. "Reivindico de mis mayores la manera de multiplicar con agradecimiento lo poco que tenían", dijo a AIM Martín Ponce, chef de origen huarpe radicado en Colón, Entre Ríos.
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A menudo olvidamos nuestros orígenes, circunstancia tan peligrosa como no recordar quénes somos. La vida diaria nos sumerge en preocupaciones, y por eso se dejan de lado las importantes, muchas de ellas relacionadas con nuestra cultura.

Lo cierto es que la historia oficial ignoró hasta hace poco que en Argentina pre-existen más de 30 naciones originarias y negó siempre que esa enorme riqueza cultural representa más de 20 idiomas preexistentes al castellano; cosmovisiones milenarias que a pesar de más de cinco siglos de represión religiosa, política, militar y policial mantienen el vínculo y la interdependencia con los mundos naturales; normas de justicia y convivencia que permiten mantener un sistema comunitario de vida, en muchos territorios donde no llega el Estado.

Todos somos originarios

El profesor Juan José Rossi dice en el artículo titulado "Las carencias de los gestores políticos del Mayo de 1810… y de ahora", publicado en su sitio web, que "Mayo es motivo de celebración y de reconocimiento a nuestros antepasados por haber imaginado y pensado desde su realidad una salida honorable de la dependencia absurda del invasor europeo. Pero sobre todo es, o debería ser, como lo hicieron ellos en aquellos días, una instancia de reflexión creativa que nos conduzca paulatinamente a la construcción de un sistema más justo y al enriquecimiento de nuestra identidad".

Rossi propone en el texto "solo un esbozo del proceso que, en las últimas décadas, es analizado en profundidad por varias disciplinas antropológicas e históricas y que cada individuo puede y debería ampliar en tanto aquella remota historia es ‘tan nuestra’ como la niñez y la adolescencia para cada persona".

Y prosigue: "por aquella dicotomía que instalaron pacientemente los europeos a partir de 1492 entre historia ‘de los indios’ y ‘la nuestra’, resulta difícil captar que todo el despliegue intelectual, científico y tecnológico actual no sería una realidad ─por cierto muy desigual según a qué región o país del mundo nos refiramos─ si el hombre desde que inició su fascinante aventura no hubiera avanzado paso a paso a lo largo y ancho del planeta, acumulando conocimientos experimentales y deductivos.

No hay genios que aparecen por generación espontánea. Sí, todos los hombres, unos más otros menos de acuerdo al esfuerzo que realicemos y las condiciones de vida que nos toque en suerte, gracias a la experiencia consecutiva de miles de años heredamos gran capacidad de relación y acrecentamiento de los conocimientos adquiridos progresivamente. Es tan absurdo sentirse superiores a nuestros antepasados remotos cuanto inferiores en la escala humana a algunos de nuestros contemporáneos o a las generaciones futuras. Más aún, es posible, y así lo creo, que las culturas pasadas hayan sido más coherentes y satisfactorias que las actuales. Tema éste instalado en el corazón de la ‘postmodernidad’ porque día a día nos estamos percatando que frente a la tecnología subyugante y la corrupción creciente en desmedro de la mayoría, corremos serios riesgos de perder lo más característico del hombre: la libertad de elegir el propio destino y la creatividad para ser feliz aquí y ahora".

En "¿Existen pueblos 'originarios' en el continente?", el investigador sostiene que "estrictamente hablando, no existen o, por el contrario, todas las culturas y los pueblos emergentes en esta tierra son originarios. Inclusive entre nosotros, habitantes del continente mal llamado 'América', todos los pueblos que lo conformamos actualmente, aún cuando desde el punto de vista biológico difícilmente podamos saber con certeza si somos o no de origen biológico pre-invasión europea, ni tengamos conciencia de ello, somos originarios. Sin duda un fenómeno complejo que cristalizó a lo largo de milenios, desde el origen de la humanidad, más aún, que cristaliza y cristalizará teniendo en cuenta sobre todo que estos diversos emergentes se dieron y se dan con influencias y entrecruzamientos internos y territorialmente foráneos, a veces difíciles de detectar, en especial cuando media alguna invasión compulsiva en algún momento del proceso histórico local como sucedió entre los siglos XVI y XVIII y sigue sucediendo de forma intensa a raíz de la movilidad planetaria y la globalización compulsiva".

"Lo que existió existe y existirá", dice Rossi, y señala que "en América o en cualquier otro continente, sobre todo en Europa, aunque lo disimule con su típico eurocentrismo, es un proceso dinámico, causal, zigzagueante y de permanentes entrecruzamientos, influencias e intercambios de la humanidad que habita este o cualquier otro continente o región, como puede ser, por ejemplo, América en general o La Patagonia y el Litoral argentino en particular".

Nuestra raíz charrúa

El historiador uruguayo Gonzalo Abella, en su libro "Nuestra raíz charrúa", señala que "cada año, nuevos datos desmienten la historia oficial. Todo conmueve los estereotipos oficialistas, creados con la complicidad de los oligarcas de ayer, padres de los de hoy, para ocultar el genocidio del siglo XIX. Cuando el volumen de hallazgos hizo que los mismos trascendieran (gracias al trabajo de periodistas e investigadores independientes) el oficialismo empezó a sugerir la existencia de culturas anteriores, pre-indígenas, mejor dotadas intelectualmente que los 'indios'. Se busca negar paternidad charrúa a todo elemento cultural precolombino que aparezca en nuestro suelo".

Abella agrega que "los investigadores oficialistas llegaron a sugerir que el nombre 'charrúa' había sido puesto por otras culturas a las tribus de aquí, cuya lengua y auto designación desconoceríamos. Se trató así de borrar, de quitarle significado e importancia, a nuestra principal cultura originaria".

Y señala: "a este último intento puedo responder desde mi propia experiencia. En todas las conversaciones con pueblos sobrevivientes en el Chaco o la selva subtropical de la región se nos confirma que Chrba era el nombre que se asignaban a sí mismos los primeros pobladores de este suelo oriental, y que Chrba es el nombre que designa a otros integrantes de la misma etnia que poblaron también el Entre Ríos y el Sur de Río Grande do Sul.

O sea: los charrúas eran charrúas pese a la historia oficial. Cuando fracasó el intento de devaluar el nombre, se insinuó que quizás los charrúas no eran oriundos de aquí y sólo habitaban el Entre Ríos, y que los primeros cartógrafos al hablar de la Banda de los Charrúas habían confundido la orilla oriental del río Uruguay con la orilla oriental del Paraná.

Esto se sostuvo durante la segunda presidencia de Sanguinetti por parte del director del programa 'Nuestro pasado indígena', programa implementado bajo la supervisión del ministro de Cultura profesor Fau y con el apoyo del rector universitario Lichtenstein.

¿Los charrúas no eran originarios de este suelo? Desde luego en el Entre Ríos y en Río Grande do Sul también había charrúas, pero el epicentro de su cultura era nuestro suelo oriental. Del mismo modo en nuestro departamento de Soriano había comunidades chanás, a pesar de que el epicentro de la cultura chaná está en suelo 'argentino' y se expande por el delta del Paraná".

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