Cadenas |
Los empobrecidos estamos pagando a escote la buena vida de unos pocos.
Pero no sólo vaciamos nuestros bolsillos mansamente, no sólo damos gratis nuestro tiempo, nuestra salud, no sólo cargamos a la espalda el peso inmenso de este fraude tan antiguo, también decimos amén y creemos que tenemos buena estrella si alcanzamos a encontrar un trabajo, a pagar un plazo, a posponer un desahucio.
Ya mí, cada vez me parece más perverso este tinglao, más evidentes sus propósitos, más violentos los medios para conseguir sus macabros fines.
Generamos una riqueza que se escapa de nuestras manos, pagamos para que nos controlen, nos golpeen, nos metan en las cárceles, nos manden callar.
Con la riqueza que nosotros creamos, masacran, torturan, expolian, compran y venden, destruyen fronteras, banderas, estrenan democracias, bendicen violaciones, santifican criminales, demonizan a quien se les enfrenta.
Todo esto lo hacen con el sufrimiento que nos arrancan y lo grave es que siempre fue así, que somos en definitiva herramientas y que las más oxidadas, las viejas, las que chirrían porque no quieren ajustar este sistema que asfixia, son arrinconadas a su suerte, olvidadas entre rejas, destruidas en el fuego, convertidas en metralla.
Lo grave es que somos herramientas ciegas, que no vemos esto que nos sucede, que no somos conscientes de que con el esfuerzo de quienes trabajamos, se financia el horror de nuestro tiempo.
Y yo creo que a estas alturas es de justicia revertir el orden.
Creo también que no va a conseguirse con proclamas tibias, con palabras inofensivas, con cautela, con prudencia, creo que tal y como están las cosas, tal y como va el mundo, tal y como se derrama la violencia sobre cada uno de nuestros poros es urgente dejar los jodidos eufemismos, abandonar el miedo a mirarse para dentro y reconocer de una vez por todas que somos esclavos: hipotecados, precariamente asalariados, endeudados, desempleados, maltratados, perseguidos, machacados por el hambre, la sed, la tierra yerma.
Y sólo así, mirando sin miedo la cadena que nos ata, el título de propiedad que lleva nuestro nombre, podremos empezar a soltarlas.
Sólo así podremos escribir con dignidad la historia.
Publicado por Silvia Delgado
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