Mujica: Adiós a la armas y el resto |
Ya comienza a borronearse, tal vez, ese José Mujica, cuando vemos que se acumulan los votos que lo ensalzan y lo consagran como una casi mitológica figura pública, cargada de lo pueblerino y el estrépito de su honestidad a toda costa.
Ciertamente aquel ignoto guerrillero que ningún favor pedia al público sino que confiaba su vida al ideal en silencio y simplemente actuando, no se parecía ya a este señor lunfardero y desgarbado que hablaba como un paisano bonachón de la más honesta campaña mezclando filosofía con palabras extraidas de la tradición oral.
Confiados los votantes a esta imagen bonachona, ya distante pero no discordante con aquella del guerrillero voluntarista, lo llevan en andas hacia los portones de la historia y lo colocan como presidente de la República.
Allí mismo la transfiguración se vuelve notable: la campera da lugar al saco y la corbata, el peinado se perfila hacia la elegancia, el rostro se afianza en la confiabilidad del poder.
Este José Mujica ya empezaba a ser otro pues al distanciarse del campesino vuelto político también se distanciaba del antiguo e indómito guerrillero. ¡De traje y corbata, muy bien peinado...y ya conducido sin que su voluntad y su identidad puedan resistir la transfiguración, a los protocolos del Poder Ejecutivo!
Pero la transfiguración prosiguió en su camino de profundización cuando su agenda...¡tiene agenda y bien profusa! se llenó de citas con empresarios y empresas, con emprendimientos e iniciativas, con propuestas económicas de envergadura internacional e inversores extranjeros, con visitas protocolares y viajes al exterior, etc, etc.
Es entonces cuando nos podemos dar cuenta que el individuo, sea cual sea su voluntad, si se pone en el vórtice de una voluntad colectiva pronto será empujado más allá de los límites de su propia condición para encarnar el papel que se le ha otorgado.
Tal vez aquel José Mujica creía que caminaba por una senda que él mismo forjaba...pero aquel José Mujica ha sido reformulado, revestido y, en fin, transfigurado, por la peripecia a la que se ha sometido.
Ahora debe comprender, tanto más que nosotros los observadores externos, la imposibilidad casi de un individuo de escapar a los requerimientos que se le imponen cada vez que se convierte en el señuelo de las miradas multitudinarias. Este José Mujica, el que habla de vender tierras en Cabo Polonio, el que lidia con la Ley de Caducidad, el que no tiene voz de queja frente a la megaminería, el que habla de capitales en lugar de revoluciones...ya no es el mismo José Mujica. Y esta transfiguración ha sido decidida por mayoria en las urnas.
PD: Es necesario aclarar que lo de la corbata ha sido un exceso de mi parte. Aparentemente el hecho de no usar corbata es una especie de señal residual que permite conectar al actual José Mujica con los anteriores: una especie de último gesto de rebeldía contra la transfiguración.
Fuente: Red Filosofica del Uruguay
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