Consignas nacionalistas. Símbolos del partido griego Amanecer Dorado (AP). . |
El balotaje presidencial francés y las legislativas griegas han visto cómo el fenómeno, avanzando desde los márgenes, comienza a ocupar el centro de la política.
En rigor, la presencia de radicales –condimentada con el folklore filonazi de cruces gamadas y ropas militares– no es original en la dinámica política europea.
Pero las fracciones de electorado que esa derecha radical está captando sí la convierte en una tendencia novedosa. Y, a la luz de la historia reciente de Europa, también en una tendencia preocupante
Del antisemitismo a la islamofobiaXLa intelectualidad y la clase política europea han intentado, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, poner límites éticos y legales a la expansión de los discursos ultras y esencialistas.
Umberto Eco dedica las 600 páginas de su última novela, El cementerio de Praga (2011), a graficar el escenario de esa Europa de fines del XIX, donde el antisemitismo formaba parte de la corrección política.
Esa aceptación, en los salones ilustrados, del odio y la diatriba contra el judío fue preparando el ambiente de la locura genocida que culminaría en la “solución final” hitleriana.
La misma idea de coexistencia fue llevada a un límite, y la resaca posterior fue tan grande que incluso instaló la pregunta de si –traspasado aquel límite– hacer arte sería posible (y la política es un arte). Theodor Adorno lo definió en una frase: “Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”.
Las élites, por su parte, acordaron limitar la posibilidad de recuperaciones radicalizadas. En ese sentido, se prohibieron los partidos fascistas y se penalizó la negación del Holocausto.
Así se logró mantener a los grupos ultras en los márgenes del sistema, sin relevancia numérica ni cualitativa. Pero llegó la crisis y en un corto período está diluyendo las certezas y las seguridades sobre las que se asentó el Estado de Bienestar desde la posguerra.
Los subsidios al desempleo, a la salud y a la educación están desapareciendo; la fortaleza de la moneda común ha fracasado, y el mercado de trabajo se achica a diario, en especial para los más jóvenes.
Y en la búsqueda desesperada de un chivo expiatorio, ahí están los inmigrantes de Europa del este, de América latina y el Caribe, del África mediterránea y del África sub- sahariana, de Turquía y del Medio Oriente. Muchas de estas colectividades, además de su procedencia foránea, profesan el Islam.
Es inevitable, al observar las características de la crisis y los discursos esencialistas de extrema derecha que están respondiendo a ella, relacionar este tiempo con aquella República de Weimar de entreguerras, donde se incubaron los autoritarismos.
La historia no se repite y la construcción de la Unión Europea apuntó a conjurar, por la vía de la integración económica, geográfica y política, aquellos fantasmas del pasado.
No debe de extrañar que, precisamente por eso, todos los nuevos grupos de extrema derecha rechacen de plano a la Unión Europea; al espacio Schengen que borró las fronteras interiores; a la moneda común –el euro– con su exigencia de equilibrios presupuestarios y control de déficits públicos, y a las políticas de integración comunitaria de las minorías étnicas, sexuales, culturales y religiosas.
Blanco, occidental y cristiano. En esos rechazos, la prédica del antiguo nacionalismo les calza a medida a los nuevos fascistas. Se trata de volver a la arcadia de la aldea primigenia, con tintes rurales y provincianos, con retos de superación individual frente al proteccionismo asfixiante del Estado (de ahí las apelaciones a “la libertad”) y frente a las políticas asistencialistas que favorecen a los extranjeros.
Se trata, en definitiva, de salvar al hombre blanco, que, como dijo Anders Breivik después de asesinar a 77 jóvenes noruegos en la isla de Utoya, el año pasado, “está en extinción”.
Ese nacionalismo rancio se actualiza para dar forma al fenómeno de la nueva extrema derecha. Si desde el Holocausto la persecución al judío quedó fuera del área de corrección política, la globalización y los flujos migratorios de africanos y árabes hacia Europa, en un contexto de crisis económica agravada, ofrecen ahora la alternativa de la crítica hacia el inmigrante musulmán: la islamofobia, el nuevo enemigo de la pureza racial, cultural y religiosa.
Jörg Haider reintrodujo el fascismo en Austria en 2002; Josep Anglada recuperó el franquismo con un partido catalanista que llegó al gobierno en 2003; Geert Wilders y su partido antimusulmán son, desde 2004, los árbitros de la política holandesa, como lo fueron Umberto Bossi y su Liga Norte padana con Silvio Berlusconi.
En 2009, 32 ultraderechistas consiguieron escaños en el Parlamento Europeo. Marine Le Pen acaba de convocar a una quinta parte del electorado francés y mañana el partido nazi Amanecer Dorado ingresará al Parlamento griego.
Unos dientes cada vez más afilados; que no nos sorprendan sus dentelladas.
*Politólogo. Profesor de Política Internacional (UCC y UTN Córdoba)
Fuente: La Voz.ar
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