La realidad sudamericana está tan lejos de la homogeneidad económica, política y cultural, como de la balcanización que más de un líder europeo desearía. Una homogeneidad, tan lejos además de lo posible como de lo deseable, aún en la juventud histórica continental y en la uniformidad lingüística subcontinental (producto de la violencia colonial), ya que guarda una diversidad cultural notable, aún a pesar de los muchos etnocidios y genocidios. Diversidad que habría que preservar, respetar y realzar institucionalmente con énfasis autonomista, localista, aunque no por ello aislacionista. Un camino posible de cierta integración está parcialmente facilitado por, al menos, tres variables complementarias. La consolidación, aunque desigual, de fuerzas políticas progresistas en algunos países, la crisis y debilitamiento de las economías centrales que afecta estrategias de (des)inversión imperial con algunas respuestas re-nacionalizadoras, y una sensibilidad ideológico-cultural que va en una –tal vez aún débil- dirección anticolonialista. Éstas y otras expresiones del “clima de época” regional, deberían aprovecharse para algo más que restañar localmente la sangría del período de hegemonía neoliberal en cada país. Algunas son gestualidades simbólicas, actos comunicativos que tienden a torcer el fiel de la balanza hegemónica cargando algo más uno de sus platillos. Otras son medidas materialmente más precisas, que afectan intereses concretos, pero aún restringidas al estrecho alcance nacional. En su gran mayoría tienen por el momento un carácter fragmentario y parcial, desconcentrado.
Mientras aún resuenan los ecos de la nacionalización de las acciones que Repsol poseía en la empresa argentina YPF, Bolivia expropia la española TDE y también Rurelec, una segunda empresa generadora de electricidad que es una filial de la British Petroleum. Convocará a una audiencia en 180 días para pagarles, luego de que una auditoría privada fije el monto. Las razones son casi idénticas a las que motivaron la decisión argentina: la insuficiente inversión y consecuente insuficiencia en la producción, incluidas las tibias quejas de los apóstoles del libre mercado, que desconocen flagrantemente esas razones. La Comisión Europea (CE) manifestó su preocupación por la decisión a través de John Clancy confiando que –en caso de litigio– el Ciadi, organismo para la resolución de controversias del Banco Mundial, se encargue de favorecer sus intereses. Por su parte Mark Toner, en nombre del Departamento de Estado de EEUU, generalizó aún más su juicio sosteniendo que “estas acciones contra inversores extranjeros realmente desalientan el clima de inversión en Bolivia, Argentina”. El llamado “clima de inversión” en estos casos es en verdad el estricto interés por sectores monopólicos de producción estratégica y demandas cautivas, además del aprovechamiento de los vaivenes y ascensos de los precios internacionales. La propia Repsol, que desinvirtió en Argentina haciendo caer las reservas de gas a la mitad, inauguró en la misma semana, en Bolivia, una planta que le venderá su producción a Argentina (que de este modo no tiene otra alternativa inmediata que importar de allí su faltante). Si algo evidencia este episodio es la necesidad de una estrategia común en materia energética, no sólo entre estos dos países sino entre todos los vecinos. ¿Acaso le sería indiferente el déficit petrolero argentino o un eventual déficit brasileño al Uruguay, que por el momento está obligado a importarenergía? ¿Le es indiferente que el precio internacional del barril de petróleo se haya duplicado en pocos años, rondando actualmente los 120 dólares y posiblemente continúe en ascenso, sobre todo si Obama continuara con su escalada anti-iraní como estimula Israel? Para todos nuestros países, la energía, cualquiera sea su forma, tiene un interés social y su producción y distribución no pueden estar sometidas a las leyes exclusivas de la rentabilidad empresaria, ni tampoco al estrecho marco del interés local (ya sea provincial, nacional, etc.) sino globalmente integrador de la región. Pero el carácter estratégico (y social) de la producción de nuestros países no se agota en la energía, cosa que fue muy bien comprendida oportunamente por las empresas imperialistas. Por lo pronto, alguno de los pasos dados por Argentina y Bolivia producen efectos contrahegemónicos que exceden sus medidas específicas: obligan a respuestas y adquieren difusión internacional.
Es el caso exclusivamente simbólico del spot publicitario del atleta argentino entrenando en las islas Malvinas, que en esta semana ha difundido la presidencia argentina. Para el lector que no lo haya visto, es sólo una secuencia de ejercicios físicos de un jugador de hockey en diversas regiones de las islas, que culmina con la leyenda: “para competir en suelo inglés, entrenamos en suelo argentino”. Podría pensarse que la repercusión es proporcional a las polémicas rayanas en el ridículo que protagonizaron desde la empresa publicitaria matriz que realizó el comercial hasta el Comité Olímpico Internacional (COI), con sus pedidos de quitarlo del aire, por un lado, y la filial argentina y el gobierno kirchnerista, por otro. Pero me inclino a pensar que se debe al develamiento del carácter arquetípico de una situación colonial obscena y arcaica. Mucho más por lo que revela el backstage del corto publicitario, que gracias a la polémica cobró más relevancia que el material mismo, porque la productora Fly Films y Young & Rubicam, una conocida y exitosa agencia publicitaria, tuvo que filmarlo en secreto, aprovechando para ello la organización de una maratón.
En cualquier lugar del mundo actual, al menos occidental, las publicidades y cualquier otro producto audiovisual se puede filmar en ambientes naturales o públicos (sin necesidad de hacerlo en secreto ni buscando excusas, en este caso deportivas) salvo que ese lugar sea, por ejemplo, Guantánamo, u otro enclave ilegal sometido militarmente. No quiero con esto afirmar que en Malvinas se sitúe un campo de concentración como el que Estados Unidos posee en suelo cubano, pero se trata de una base militar con una escasa población que vive directa o indirectamente, de forma holgada y cómoda, de esta actividad colonial.
Los detalles de la filmación, imposibles de acotar a este espacio, además de desopilantes, no dejan lugar a dudas sobre el nivel de violencia y censura que existe en ese archipiélago colonial inhóspito. Los dos camarógrafos norteamericanos (que a la vez oficiaban de traductores) debieron justificar su tarea sosteniendo que habían seleccionado a un grupo de atletas (de uno entre dos grupos de argentinos) para filmar un documental sobre “la pasión por correr maratones”, aunque ninguno de ellos era maratonista. De ese modo, el grupo de 4 atletas de diversas disciplinas, autodenominado “los galgos”, fue filmado mientras recorría diversas locaciones malvinenses, aunque finalmente el único que aparece en la versión final del comercial es el argentino Zylberberg, porque tenía asegurado un lugar en los próximos juegos olímpicos de Londres con el seleccionado de hockey.
Algo curioso es que los creativos del spot no lo filmaron a pedido de un cliente en particular, sino que se lo ofrecieron distintas firmas (entre ellas Nike, TyC Sports y Direct TV) y también pensaron en sacarlo al aire como una campaña específica de la propia agencia. El gobierno argentino no parece haber participado en nada del proyecto sino que simplemente lo compró porque le resultó coherente y funcional con su posición diplomática.
Como buen mensaje publicitario, contiene el nivel de mendacidad, ficción, violencia simbólica e ideologismo de toda la producción de ese género, como puede tenerlo la propaganda de un detergente o de un automóvil. ¿Cree acaso Sir Martin Sorrell, dueño de la casa matriz, que se manifestó consternado por el spot, que sus publicidades en América Latina por las que factura 300 millones de dólares son inocentes e inofensivas? ¿Cree que Nike no compra ideología o que las amas de casa que en sus anuncios dicen encontrar la felicidad con un lavarropas no están celebrando el patriarcado?
El único argumento del carácter “ofensivo” del spot que la casa matriz de la agencia de publicidad de Nueva York Young & Rubicam manifestó es que el protagonista, en un momento del entrenamiento, pasa por los escalones de lo que sería, según los malvinenses, un Memorial a las víctimas británicas de la primera guerra mundial. A la vez, el COI cuestionó “cualquier uso de la plataforma del evento para fines políticos”, como si deporte y sociedad fuean aspectos ajenos e inconexos, o la disputa de las sedes de las olimpíadas no tuviera también un carácter político y económico.
La materialidad de los resultados económicos de las “inversiones” multinacionales y el impacto simbólico que produce el mantenimiento de enclaves militares de ultramar, comienzan a encontrar un común denominador ideológico que no se disimula con slogans de libre determinación (que personalmente no cuestiono, sino que aliento). Nada mejor para incrementar la diversidad cultural de Sudamérica que la fundación de algo así como la Falkland Democratic Republic, necesariamente integrada a la Unasur, a la que le sobrarían centenares de milicos genuinamente ingleses, varias armas nucleares y un grácil principito valiente.
Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano. cafassi@sociales
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