viernes, 7 de mayo de 2010

Uruguay: LA CIUDAD QUE ESPERA LO PEQUEÑO PEQUEÑO

Rosalba Oxandabarat (Brecha)

El domingo votamos.. Ya se escucharon las propuesta -no tan- distintas. Plames. grandes planes, para acicalar, reclinar, arreglar, reintegrar nuestra bella ciudad.

Bella igual pese a estar cascoteada por los plásticos, la basura, los monumentos saqueados, los parques embarrados, las veredas rotas, las bombitas apagadas, los restos de lo que fueron edificios esperando en los baldíos que la vegetación los tape, el humo y el ruido de los caños de escape, las marquesinas horrorosas, los cuerpos humanos que duermen a cualquier hora y en cualquier parte, los desechos de los cuerpos humanos a cualquier hora y en cualquier parte, el edificio alto de rutinario diseño ensombrando un dulce barrio de casas bajas y calles angostas. Y pese a todo, pese a que algunas esquinas, algunas vistas que aparecen de improviso en el paseo más pintado hacen pensar en Rumania –la que muestra el cine rumano–, Montevideo sigue siendo bella.

La bella espera que quien gane se enternezca ante sus carencias: ¿no ves que podría ser mucho más linda, más amable, más vivible, con gente mejor humorada? Quien gane las elecciones del domingo tendrá que acordarse de sus grandes planes, no tendrá más remedio. Bienvenidos. Cúmplase y no se archive.

La duda es cómo hacer para conmover esa vocación de grandeza para que quien sea mire también lo pequeño. O mejor dicho, para que esa impenitente vocación de grandeza no se coma lo que se hubiera cumplido lo más bien dentro de la escala de lo pequeño-pequeño. Esas cosas que no necesitan de la revolución, ni de las enormes inversiones, ni del equipo multidisciplinario, ni del “involucramiento de todos los actores”, ni de cincuenta encuentros, simposios, convenios, intercambio de experiencias, capacitación, etcétera.

Lo que se puede hacer sin que haya que gestar el Gran-Gran-Plan, apenas con algunas medidas sensatas acordes a la necesidad. La tentación del Gran-Gran-Plan da miedo porque es el camino más seguro para que el pequeño plan no se concrete. Claro que el Gran-Gran es necesario para las grandes grandes cosas; el problema es la tentación de inventar uno para cualquier problema. ¿Será que todo el mundo quiere dejar su firma en un gran-gran plan y en cambio desdeña ocupar su tiempo en armar estrategias chiquitas, a escala, para enfrentar cosas poco dramáticas pero que todas sumadas arruinan las calles, el humor, las vidas?

Se murmura que en Montevideo no es que falten medidas, que lo que falta es cumplirlas. Se murmura que son los dueños de las propiedades quienes deben arreglar sus veredas, pero que nadie controla que las arreglen. Que existe un decreto, medida o lo que sea que obliga a los dueños de perros a levantar sus cacas, pero nadie nunca se topó con alguien que lo obligara a hacerlo, so pena de multa. Se murmura que si cobraran por las bolsas de plástico y se obligara a las empresas que usan envases “no retornables” a hacerse cargo del retorno –o sea, eliminar el “no”– habría menos alcantarillas atoradas y menos desechos volando por las calles y flotando en las aguas.

Se murmura que si unos pocos inspectores se pasearan por donde deben pasearse y miraran un poco, el tránsito sería infinitamente menos caótico y más seguro. Se murmura que si quienes embadurnan las paredes con pegatinas fueran multados –total, es como si dejaran la firma– buena parte de la mugre vertical que afea la ciudad desaparecería. Se murmura que si quienes viven en calles y plazas fueran infatigablemente llevados a los refugios –un día sí y otro también– se acabaría alguna vez esa indignidad de seres sin techo y calles sin alma.

Se murmura mucho, en Montevideo. Pero todo es tan grande grande grande que las cosas que parecen obvias y nada utópicas raramente encuentran su oportunidad de formulación. Es como que lo pequeño no tiene buena prensa. Y es altamente probable que si alguien se las arregla para implementar una pequeña y razonable medida aparezca una suma de grandes objeciones, a la espera del abordaje integral multidisciplinario que hace rato viene sustituyendo tanto a la mínima acción de sentido común como a la vieja utopía.

Hay una oportunidad. Ahora habrá alcaldías, y hay algunas grandezas que podremos obviar. Ya no habrá que ir a la enorme Intendencia para hacer todos nuestros reclamos, y no muy lejos de donde vivimos encontraremos un amable alcalde que oirá comprensivo nuestras cuitas y se ocupará raudo de dar satisfacción a nuestros justos reclamos. Y ojalá se adelante a los reclamos, porque escepticismo es lo que sobra y los que reclaman son los menos. Lo pequeño tendrá una formalización, y ojalá no se confunda y le vengan ínfulas de lo grande-grande, y vuelta a empezar.

Hay algo que podría hacerse para inspirar a quienes trabajan en lo municipal, desde la más alta jerarquía hasta el cargo más modesto. Hacerles ver Vivir (Ikiru), de Akira Kurosawa. No una sino varias veces. No faltará quien diga: ¡una película de 1952! ¡En blanco y negro! (A ése, doble función continuada.) El arte de Kurosawa no sólo les ayudará a ver lo que los demás, más que ver, sienten con respecto a la burocracia, la municipal y cualquier otra (“no se puede”, “falta un papel”, “venga mañana”). Les dirá también las cosas maravillosas que podrían hacer desde lo pequeño. El imponente sentido que puede alcanzar un trabajo cualquiera. ¡Que un municipal pueda ser amado por sus conciudadanos!

No hay nieve aquí para que alguien filme unos planos maravillosos desde el sueño conseguido. Pero hay muchos espacios donde algún señor Watanabe, y sin necesidad de un cáncer terminal, podría plantar lo pequeño duradero que mejore la calidad de tantas vidas. Incluida la suya.

MONTEVIDEO/URUGUAY/07.05.10/COMCOSUR AL DÍA

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