Por Unai Aranzadi, Fuente:Gara
24 de enero 2015
Mijail corta unos troncos, prende un fuego y prepara el té. El termómetro que alguien dejó junto a su tienda de campaña marca menos diecisiete grados y aquí, en el céntrico boulevard de Brivibas Iela, nadie parece dar importancia a un extraño campamento levantado con una doble función, la e infravivienda y la de protesta social. Según este albañil de 56 años, "la miseria se ha vuelto algo habitual".
Letonia es un pequeño país del mar Báltico. Al igual que sucede con las vecinas Lituania y Estonia, su territorio ha permanecido tradicionalmente asfixiado entre el oso ruso y la elitista Europa, sistema económico en el cual entró a formar parte hace ahora seis años, seducida entonces por las promesas de un flamante neoliberalismo en pleno apogeo especulador.
Pasear hoy por las calles de Riga, su capital, es sentir (como cuando se hace en Bulgaria, Grecia o Rumanía) la otra Europa, ésa que no es ni Londres ni Paris ni Estocolmo ni Barcelona. Una Europa invisible en las grandes cumbres, ausente de sus televisados discursos; un subcontinente de pueblos pequeños o vulnerables que sólo son referente cuando sus economías, de manera programada y artificiosa, destacan engañosamente bien. "El tigre Báltico", presumió "The Economist" hace diez años, cuando sus políticos eran invitados a Bruselas y compraban Audis a sus mujeres".
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